Nada estimada y siempre repudiada Soberbia:
Después de mucho tiempo he vuelto a toparme de bruces
contigo. ¡Qué desagradable experiencia! Te he visto asomar en los rostros de
¡tan tiernas criaturas! Criaturas que al recibir la desinteresada corrección de
quien - aunque sólo sea por albergar la experiencia que los años de ejercicio
de la profesión otorgan – tiene estatus de docente, han dibujado en su faz un
incomprensivo gesto de desprecio, regalándole a continuación una mirada que
fulminaría al mismísimo Titán. Y ese es el resultado de tu tan malintencionado
consejo. Ante tal situación uno se encuentra poco menos que inerme y tiene que
asistir con tristeza al lamentable espectáculo de aquellos que – creyéndose en
posesión de la verdad absoluta, es decir, perfectos en la perfección nunca
alcanzable – continuamente se ponen en evidencia y se someten al más absoluto
de los ridículos. Y es triste porque uno es consciente de que en realidad no es
culpa suya, sino tuya.
¡Qué mala eres! ¡¡¡Que mala!!! Has asentado tus reales en el
alma de los más débiles. En el alma de aquellos que queriendo engrandecer sus
conocimientos a base de no poco esfuerzo – al menos así me parece – bajan la
guardia y te dan ocasión de hacer de las tuyas. Y uno se siente tentado de
tirar la toalla. Pero no he de hacerlo.
Tú ya me conoces. Yo también comencé a ser víctima de tus
artimañas. Yo también creí saber más que nadie. La vida sin embargo me dio el
regalo de encontrar a tiempo a esos seres bienintencionados, sabios,
venerables, que con claridad meridiana me mostraron mis abundantes carencias y
mis escandalosos errores: mis profesores. La experiencia me costó, no obstante,
no pocos disgustos y pataletas. ¿Cómo era posible que después de tanto
esfuerzo, y de poner a trabajar mis múltiples potencialidades, todo se viera
reducido a un sinnúmero de desaciertos que, lejos de ser validados, tenían que
ser corregidos?¿Cómo era posible que no se me rindiese la pleitesía merecida
por todos los logros obtenidos después de mi dilatada experiencia como
autodidacta? ¿Quién se creía ese "profesorzucho" de "tres al
cuarto" que era? ¿Con qué derecho me decía lo que me estaba diciendo?
¿Como osaba corregirme a mí que ya había alcanzado las más altas cotas de la
sublimidad? ¡Pobre estúpido Narciso adolescente que no hacía caso al Eco de la
experiencia! Afortunadamente recibí el rayo iluminador de la humildad a tiempo
que me hizo agachar las orejas y aceptar de buen grado las afectuosas
reconvenciones de mis maestros. Y digo bien: maestros, porque no sólo actuaron
con el conocimiento que poseen los buenos profesores, sino con la sabiduría que
caracteriza a los maestros. Y así me libré de tus afiladas garras, aunque
todavía te veo de vez en cuando rondando por mis predios. No he de exponerme
nuevamente a tus manejos. Las cicatrices de las heridas recibidas en el campo
de batalla me recuerdan lo que permanentemente me estoy jugando. Hace tiempo
que me percaté de que se puede aprender hasta del más analfabeto, cuánto más de
un colega o de un profesor. Que nadie es despreciable por su ignorancia, ya que
sólo tiene un hueco por rellenar. ¡¿Quién soy yo para juzgar el grado de
conocimiento ajeno?! Más lamentable es la actitud de aquel que se niega a
aprender.
Te conmino a que liberes a esas almas cándidas de tus malas
artes y dejes de lastrar sus vidas para que puedan volar libres hacia el
horizonte del CONOCIMIENTO y así abandonen ese mundo virtual que hoy habitan,
ese espejismo que nunca saciará su sed. No vaya a ser que de tanto mirarse en
el estanque terminen, como Narciso, convertidos en flor, aunque marchita.
No me queda sino despedirme, albergando la esperanza (¡que
quimera!) de no volver a encontrarme contigo. Ahora bien, que como te vuelvas a
cruzar en mi camino no te las prometas muy felices. ¡Que por ahí te pudras!
Nada atentamente: Miguel A. Gutiérrez (Guitarrista)
Baza, Curso 2007 - 2008.