Música dormida

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13 jun 2018

Lecciones Que Podemos Extraer de La Quinta del Lobo


Pitágoras creía que los planetas danzaban y emitían música que los seres humanos no podíamos oír.



Desarrolló un método de afinación que se utilizó hasta en la edad media. ¿Cómo lo hizo? Valiéndose de un monocordio, dividió una cuerda en dos, tres, cuatro partes y comparó el sonido producido por las partes y la totalidad.

El sistema parte del axioma que obliga a cualquier intervalo a expresarse como una combinación de un número mayor o menor de quintas perfectas.

Partiendo de una nota base se obtienen las demás de una escala diatónica mayor, encadenando hasta seis quintas consecutivas por encima y una por debajo, lo que da lugar a las siete notas de la escala.

Cuando se continúa el enlace de quintas hasta encontrar las doce notas de la escala cromática, la quinta número doce llega a una nota que no es igual a la nota que se tomó como base en un principio.


Al reducir las doce quintas en siete octavas, el intervalo que se obtiene es una pequeña fracción del tono llamada coma. No se trata de un error ya que si se intenta afinar las doce notas de la escala cromática, mediante el encadenamiento de quintas perfectas, la quinta es incompatible con la octava.



Una forma de resolver esta diferencia es dejar la última quinta con el valor residual que le corresponda después de encadenar las otras once. Se la llamó La Quinta del Lobo. ¿Y esto a qué viene?

A que NO existe la afinación perfecta ni en la música ni en la vida.

En la construcción de sus obras, el ser humano ha buscado el acabado perfecto, una secuencia de estándares que satisfaga sus exigencias. Todos estos resultados son siempre relativos porque no existe tal perfección.

La Quinta del Lobo es el punto de insatisfacción que tienen todas las cosas en este mundo. Disfrutar el proceso, aceptar los límites y asumir los desvíos es la diferencia entre una afinación posible y otra frustrante.


Claudio Penso

The ‘Sabionari’ Stradivarius guitar, 1679


By the end of the 1600s the guitar was quite popular in Europe. Many were built in Cremona, in the Stradivari, Amati and Guarneri workshops. Of the five or six Stradivari guitars still extant, the 1679 ‘Sabionari’ is, thanks to a recent restoration, the only Stradivari guitar that is currently playable. Hearing the sound of an original Baroque guitar is something extremely rare and helps scholars and musicians to understand both Stradivari’s conception of guitars and contemporary interpretations of 18th-century music. For this reason, online recordings of this guitar are very popular.



As with all Stradivari instruments, the ‘Sabionari’ was modernised. In the early 19th century in Ferrara, it was converted to a six-string guitar by the Italian Giuseppe Marconcini, who changed the neck, peghead and bridge, and added new linings and braces. The original nameplate was saved and refitted. After 150 years the new neck and peghead were infested by woodworm but surprisingly – possibly from some kind of wood treatment, the insects spared the original soundboard and bracing wood by Stradivari.

The restoration in 2011, by Sinier de Ridder in France, did not involve opening the body. But Marconcini’s neck and peghead were replaced with new parts mounted on the original nails, matching the original diapason of 74cm. A new bridge, rosette and moustaches copied from the ‘Hill’ and ‘Giustiniani’ Stradivari guitars were added; two of the tuning pegs were original. The rosette was crafted by the Milanese artisan Elena Dal Cortivo.



In 1948 the virtuoso Spanish guitarist Andrés Segovia examined the ‘Sabionari’ and left his own signature and dedication to Stradivari on the back, just under the soundhole.

The ‘Sabionary’ guitar is part of the Museo del Violino, Cremona collection. It is also one of 21 instruments being exhibited at the Tokyo Stradivarius Festival at the Mori Arts Center Gallery from 9 to 15 October 2018


https://www.thestrad.com/gallery/the-sabionari-stradivarius-guitar-1679/7908.article


2 jun 2018

La partitura 'errónea' de Bach

Un antequerano descubre que una obra del alemán llevaba tres siglos interpretándose de manera distinta a la original.

José María Cuadra es un violonchelista y compositor antequerano. Desde pequeño es un enamorado de dicho instrumento y de Johann Sebastian Bach. Esta circunstancia le ha llevado a desarrollar un proyecto de investigación para el Liceo de Barcelona en el que ha descubierto que una de las partituras del autor alemán se ha estado interpretando durante tres siglos de forma distinta a como se creó inicialmente.






Concretamente, se trata de la obra Suites para violonchelo solo y el error pudo haber estado, según Cuadra, en el proceso de transcripción, ya que no se conserva la pieza original del propio Bach. Fue su segunda esposa, Anna Magdalena Wilcke, la que se encargó de pasar a limpio la citada partitura tras la muerte del compositor alemán. Y lo hizo de manera rápida, ya que necesitaba venderla para conseguir dinero, pues quedó en la ruina tras el fallecimiento de su marido.

«Analizando la partitura, empecé a darme cuenta de que, con lo meticuloso que era Bach, había cosas en ella que estaban escritas de manera muy simple», reconoce José María Cuadra, quien a su vez explica que partes de la citada pieza tienen que ser interpretadas con la técnica denominada scordatura, la cual requiere que se toque el instrumento con la afinación de las cuerdas cambiadas de tono.

Este hecho hizo que el músico antequerano se tomara la partitura de una «manera crítica» y, al tocar ciertas partes de la misma con cuerdas diferentes a las recogidas en el manuscrito de la segunda mujer de Bach, siempre con «rigor compositivo», todo cuadraba de una manera «perfectamente lógica». «Por tanto, la intencionalidad del compositor alemán era la de que la citada obra se tocara de la manera que yo propongo», sostiene Cuadra.

De momento, el antequerano ya ha analizado en su proyecto parte de la citada pieza de Johann Sebastian Bach, algo que va a proceder a realizar con la totalidad de la misma. El Liceo de Barcelona tiene además la intención de que el estudio de Cuadra sea conocido a nivel nacional, de tal manera que los intérpretes puedan decidir de la forma en la que prefieren tocar las Suites para violonchelo solo.

Para el compositor de la ciudad de los Dólmenes, este trabajo es solo una parte de su pasión por la música de Bach. «Era un compositor muy complejo y muy interpretado, su música se lleva siglos investigando. Con el tiempo se ha descubierto que, en su obra, ciertas agrupaciones de notas simbolizaban su propia firma, y cierta clase de intervalos y relaciones numéricas tienen significación con la trinidad, la muerte, la resurrección o la proporción áurea», recalca.

Pero José María Cuadra no solo centra su pasión por la música clásica en la investigación, sino que además ha sido recientemente nombrado como nuevo director de la prestigiosa Coral de San Sebastián de Antequera, una nueva etapa que afronta como «un reto» y con mucha «ilusión».

«Me llena mucho de orgullo, se trata de un conjunto que tiene ya 28 años y es una de las corales que mejor ha funcionado en Antequera. Cuando me ofrecieron ser director me sorprendió mucho y me agradó bastante. Es una responsabilidad muy grande porque el listón está muy alto y es una tarea muy difícil», apunta.

Asimismo, Cuadra toca en la Orquesta Sinfónica de Priego de Córdoba y en la de Atarfe, es profesor de la Escuela Municipal de Música de Antequera y colabora en la enseñanza en distintos municipios de la comarca.


Carlos Casado




Arvo Pärt - Spiegel im Spiegel


"Spiegel im Spiegel" by Arvo Pärt, as performed by Tasmin Little (violin) and Martin Roscoe (piano) on the album "EMI Classics, Pärt: Fratres".





Spiegel im Spiegel, composed in 1978, was the last work Arvo Pärt completed before leaving his native Estonia. Following the inaugural "tintinnabular" works by only two years, the work stands as one of the most carefully distilled examples of Pärt's new compositional aesthetic, and its extreme tranquility contrasts sharply with the tension and frustration that characterized his music from a decade before.

To fully appreciate the beauty of Spiegel im Spiegel, we must go back a few years. The late 1960s found Pärt in an artistic quandary. Having tired of the brash, neoclassic style of his first published works (see, for example, the Partita), and growing equally frustrated with the predominant serialist style of the day, he composed several works that seemed to reflect no style of his own, but rather comment on the inadequacy of and incompatibility between the choices at hand. Pro et Contra and the Second Symphony, both from 1968, were characterized by rude, jarring juxtapositions of style, and reflected the urgency of Pärt's crisis. Shortly after their composition, Pärt withdrew from public composition altogether, and over the next few years composed only two works. This period was one of intense reflection and study (particularly of Medieval and Renaissance music), and by the time Pärt re-emerged in the late 1970s, he had developed an entirely new approach to composition, which became known as the "tintinnabular" style.

The principles of tintinnabuli are demonstrated clearly and elegantly in Spiegel im Spiegel. The basic technique calls for a combination of two types of voices: a melodic voice, that moves in simple stepwise fashion across diatonic scales; and a tintinnabula voice, which confines itself to pitches within the tonic triad. The chord tones follow certain variable patterns; in the case of Spiegel im Spiegel, the tintinnabular voice is the second note in each three-note accompanimental figure, which always falls on the nearest chord tone below the melodic voice (transposed down an octave). Thus, in the underlying and omnipresent F major tonality, a melodic voice on an A or G is paired with a tintinnabular voice on F; if the melody moves down to F, the tintinnabular voice drops down to the C, and so forth.

The striking lyricism of the piece certainly does not suggest the rigid guidelines with which it is constructed. Scored for violin and piano (with the option of transposing the violin part down an octave to be played by a cello), the work is made of slow, steady lines ascending and descending in the violin part, over a serene and uninterrupted arpeggio accompaniment in the piano. This texture is occasionally colored by low, sustained Fs in the bass and high, bell-like (or, to use the word in its original context, tintinnabular) consonances in the upper piano register. The gentle lines in the violin are actually built according to a strict formula: beginning with the two-note scale G-A, the violin alternately ascends then descends to A by step. With each subsequent ascent and descent, a note is added to the line. There is no sense of drama, tension, or ambiguity here--when we hear the violin leap to high G, we know the stepwise path it is going to take on its way back down to A. The beauty of the tintinnabulum is not the construction of emotional trajectory, but rather the creation of an introspective atmosphere made of pure sonority.

(All Music)


Thenameisgsarci