Nota de Héctor Mauas
“…un pianista insomne busca, en la noche, los restos de una música que se ha perdido. Son siempre pasos en la nieve; marcas silenciosas en una superficie blanca: allí se encierra el sonido de los sueños”...*
Borges creó la ficción como registro tardío de un narrador que no sabe qué cosa está contando, ni tampoco lo comprende. Es el testimonio de un sujeto que escribe a su pesar, abrumado por el espanto que le causa el abismo entre la prolijidad de lo real y la proliferación fantasmal del lenguaje.
Porque no tiene más remedio que recurrir a la letra, a la que sabe insuficiente para entrelazarse con la vida, se empeña en la persecución inútil de una palabra estricta. Escribe, acaso como todos, entre la incredulidad y la resignación, siempre a solas, pero al mismo tiempo le resulta necesario suponer la existencia de un lector, de preferencia indiferente y lejano.
Esa lectura extrañada rompe la hegemonía de lo escrito y le inocula diversidad –una diversidad no caótica-. Surgen signos que permanecen suspendidos de un tiempo futuro; son signos que nada dicen aún.
En la acepción musical del término, leer es interpretar, a semejanza de la ejecución de una partitura que, fatalmente, introduce variaciones, estilos.
La escritura, entonces, es un acto que pliega y repliega las envolturas del vacío.
Un cuerpo escrito somos, que afanosamente busca leer el universo, y que, en su porfía, deja huellas en la superficie ruidosa del mundo y del papel.
Es papel hecho de nieve socavada.
* Ricardo Piglia; “Retrato del artista”, en “Formas breves".
No hay comentarios:
Publicar un comentario