Música dormida

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25 dic 2017

Entrevista: Otra Forma de Conocimiento


Aunque la música no ha logrado la integración que tienen las otras artes, el filósofo Eugenio Trías y el músico, ensayista y poeta Ramón Andrés reivindican su valor espiritual y terapéutico. Lo hacen en una conversación en la que repasan la pérdida de identidad cultural del oído frente a la vista en la sociedad actual y la marginalidad en la que vive la música culta respecto a la música popular, que marca las directrices de la sensibilidad y el gusto.
L a música ha sido objeto permanente de pensamiento desde Pitágoras y Platón, pero no fue hasta la aparición del movimiento Romántico, a finales del siglo XVIII, que se convirtió en fecunda materia de especulación como nunca antes se había conocido. Pensar la música ha sido desde entonces ejercicio recurrente de filósofos, pensadores y de los propios músicos, cuyos escritos frecuentemente han precedido a sus partituras. Para el filósofo Eugenio Trías, que acaba de publicar El canto de las sirenas (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), y para el músico, ensayista y poeta Ramón Andrés, que a finales de noviembre publicará El mundo en el oído (Acantilado), la música es tema inagotable de reflexión.

"El gran mérito de la música del siglo XX ha sido el hallazgo de nuevos horizontes del timbre"

"La gente tiene necesidad de que la música les penetre. Y la música tiene esa capacidad, ese poder"

"La música de gran consumo ha quedado atrapada en las modas y la culta ha quedado relegada"

PREGUNTA. San Agustín se preguntaba en el siglo IV qué era la música. ¿Qué es en su opinión?

EUGENIO TRÍAS. Existe una definición tópica que dice que la música es el arte de organizar los sonidos que provoca emociones en quien la escucha. Pero yo rompo una lanza también por la inteligencia. La música tiene valor de conocimiento. A mí me permite conocer de una manera distinta de como conozco a través de la literatura o la filosofía.

RAMÓN ANDRÉS. Estoy de acuerdo. La música debe ser una forma de conocimiento.

P. Una forma de conocimiento no siempre valorado.

R. A. Cierto. Un cuadro de Joan Miró se pagará siempre muchísimo más que el Quinteto de viento de Arnold Schönberg, por ejemplo. La música es un arte que ha participado de la sociedad, ha sido aceptado, pero no es valorado porque, aunque tiene presencia, es inmaterial, y porque es inaprensible, no vale nada.

E. T. Pero sí tiene un valor espiritual. Llevo años reivindicando la noción de espiritual y por muchas críticas que reciba creo que es muy importante. Soy una persona de una cierta religiosidad y es la música la que me la suscita, no las otras artes. Me comunica con una cierta trascendencia. Luego, también los poderes terrenales intentan organizar ahí su iglesia, pero la música responde y la humanidad desde que existe ha estado acompañada con esta inquietud.

R. A. Y no hay que olvidar su poder terapéutico. Desde los pitagóricos, pero también en la India, en las culturas africanas, los chamanes siberianos

..., desde tiempos inmemoriales se ha curado con música. Es verdad que algunos tomaban plantas alucinógenas, pero entraban en trance también por el sonido, porque el sonido es energía, y eso se ha olvidado.

E. T. Yo he sufrido una grave enfermedad no hace mucho tiempo y reconozco que a mí la música me fue muy bien. Ha sido absolutamente curativo para mí tener cerca a un compositor. Evidentemente buscaba compositores que no fueran muy elegiacos, ni melancólicos.

P. Estos valores de la música, ¿no han pasado a un segundo plano en nuestra cultura, la occidental, eminentemente visual?

R. A. Existe una pérdida de identidad cultural, espiritual, del oído frente a la imagen. Los grandes compositores medievales y renacentistas sabían que el sonido era algo que se movía, que tenía una entidad propia. Pero cuando se encerró el sonido en esa caja que es una sala de conciertos, donde la música debe tener una personalidad como discurso pero no como sonoridad, fue donde el oído se perdió, se entumeció y ensordeció. La gran aportación de la música contemporánea ha sido darse cuenta de que el sonido tiene mucha importancia, de que la espacialidad de la música no tiene por qué discurrir en un tiempo cronológico. La música contemporánea viaja por zonas del individuo que no eran conocidas. Era necesario limpiar el oído, pensar que la música no siempre tiene que producirse en una duración determinada, que no es una retórica ni una morfología del lenguaje hablado y que no tiene por qué tener necesariamente una deuda tan importante con el melodrama.

E. T. Más que el cuestionamiento de la tonalidad, que siempre se pone en un primer plano, el gran mérito de la música del siglo XX ha sido el hallazgo de nuevos horizontes del timbre. El descubrimiento del acorde tímbrico, incluso usos nuevos de los instrumentos.

R. A. Hay que recuperar la importancia que tenía el sonido, el oído, en el principio de los tiempos.

P. ¿Cómo puede hacerse esa recuperación si la música del siglo XX, la que llamamos música contemporánea, es precisamente la que parece estar más alejada del oyente?

E. T. Eso sucede porque el oyente está acostumbrado a unos códigos y ya tiene una horma auditiva. La música del siglo XX es producto de una reacción, del cansancio, del hartazgo de toda esa música que durante los últimos siglos de nuestra cultura se ha llenado de autobiografía hasta llegar a la asfixia. Escuchar la música contemporánea requiere en ocasiones del esfuerzo del oyente. No se te entrega fácilmente, pero las mejores seducciones no son las que se entregan de inmediato, hay que conquistarlas.

R. A. En el siglo XX la música entró en una fase de una enorme audacia, por ejemplo el cuestionamiento de la tonalidad, la entrada en otras formas de entendimiento del concepto mismo de la materia sonora, la especificación de todos los parámetros musicales, la labor en este sentido interesantísima de todos los serialistas, de las escuelas de la segunda posguerra. Pero también creo que lo que ha dado dramatismo a la historia de la música es que se ha exacerbado la fuerza, el control del poder público, económico sobre todo; del capitalismo, en definitiva.

P. ¿Al negocio de la música?

E. T. Sí, a unos niveles muy rudos y con músicas muy rudimentarias. Pero en este mundo nuestro desquiciado, entendámonos, el capitalismo, esos espectáculos en grandes explanadas con cosas horrendas también tienen elementos auténticos. Porque la gente tiene necesidad de que la música les penetre. Y la música tiene esa capacidad, ese poder.

R. A. Es muy bonito esto que dices. Hay autores que creían que la música penetraba por los poros del cuerpo.

E. T. El mismo Platón pensaba que entraba en el hígado.

R. A. En el hígado, fíjate, esto es bonito pensarlo.

P. La música parece haberse disociado en el siglo XX del resto de las artes. ¿A qué se debe?

R. A. En la música del siglo XX los argumentales se han vuelto mucho más complejos, han cambiado, y ahí es donde encontramos un panorama fascinante con los grandes místicos del sonido, los espectralistas, el último John Cage o Morton Feldman. Todos ellos son líricos, hacen poesía. Nos hallamos en un momento muy fascinante y fecundo, de nuevos horizontes en la argumentación musical. Ocurre, sin embargo, que mientras en otras artes, como la pintura, la arquitectura, el teatro o la literatura ha habido una especie de integración y acomodo natural en las estructuras de la modernidad, incluso en las formas institucionales y de poder económico que la constituyen, y llegan al público, la música topa con los poderes terrenales, que se inclinan por un tipo de música, la de la cultura de masas, de una calidad dudosa, aunque de vez en cuando haya destellos y despuntes.

P. ¿Se refiere al pop y al rock?

R. A. Sí. Del rock y el pop en adelante, que quizá tuvieron unos inicios creadores, pero que luego los propios poderes terrenales han devorado. Y está también la música de una cierta cultura, pero que no es una cultura innovadora ni avanzada, sino que más bien es una cultura de conservación pero que despierta todavía mucho interés, como es el caso de la ópera italiana, la de Wagner, los festivales de verano de Salzburgo o Bayreuth, con todo su star system, que es más de intérpretes y directores de orquesta que de compositores. La música realmente innovadora, y en España, donde todo se agrava, más, está en un estado de bastante desprotección. Los buenos compositores no tienen el reconocimiento que necesitan y merecen, ni el apoyo público que se requeriría en ámbitos donde debería regir la excepción cultural. La música no ha logrado todavía la integración que tienen las otras artes. Ha quedado arrinconada. En parte por la propia tendencia que tienen los músicos a una cierta autoprotección lógica y porque la musicología ha sido a veces muy hermética, pero también porque como es un mundo difícil muchos pensadores y gente de la cultura tienen miedo a penetrar en este terreno.

E. T. Hay conceptos que se manejan mal, por ejemplo, los de minoría o elitismo. Lo negativo es una cierta cultura de masas dictatorial, que marca despóticamente las directrices de la sensibilidad, el pensamiento y el gusto.

P. ¿La cultura que marca las modas y tendencias musicales?

E. T. Exacto. El índice de audiencia como único referente.

R. A. Al precio que sea.

E. T. La música de gran consumo ha quedado atrapada en estas modas. No quiere decir esto que la música que nos interesa, la música culta, haya perecido, pero sí que ha quedado seriamente relegada, aunque ahora yo también creo que el futuro está en ella.

R. A. Hombre, el futuro siempre ha estado en esta música que es minoritaria.

P. ¿La clásica siempre ha sido una música minoritaria?

R. A. Hay un dato objetivo. En su momento de decadencia, Mozart, que ya estaba enfermo, organizaba él las audiciones de sus propios conciertos para piano. Los escribía, vendía las entradas y los tocaba. Está documentado que la vez que más entradas vendió fueron 174. Ahí quedó un concierto de Mozart. Por tanto, la música culta nunca ha sido popular, siempre se ha movido en estas 174 entradas de Mozart. El caso de Verdi, que es otra historia, está ligado a movimientos sociales y es puntual.

E. T. Este caso coincide con un momento espectacular de Italia, el resorgimento y la lucha contra los austríacos y el Vaticano. Y cantan el Nabuco, que tiene una función subversiva, y se convierte en un himno nacional, aupando de paso también a Verdi. Pero es un caso muy puntual, en el siglo XX es difícil encontrar algo similar.

P. ¿Tiene ideología la música?

R. A. La música ha estado al servicio de las ideologías.

E. T. Le ocurre como a todo. Las cosas buenas atraen a los peores socios. Ha ocurrido con la religión y con la música también. La música, además, tiene que ver con lo más irracional, con las matemáticas y con desatar las más bajas pasiones. Y puede servir para una ceremonia de campos de concentración y de hornos crematorios o para marchas militares de todo orden.

R. A. La música es una excelente transmisora de ideas, de ahí el apoyo que le dio la iglesia. La gran defensa del primer cristianismo se fundamentó en la música, en utilizarla para propagar sus ideas. Y actualmente sirve a los intereses del consumo, a la cultura de masas.

P. ¿Cómo ven musicalmente España?

E. T. Tuvo su momento, en la época de las catedrales.

R. A. La gran música española se terminó a principios del siglo XVII con Tomás Luis de Victoria.

E. T. España se ha mantenido en literatura hasta Francisco de Rojas y Calderón de la Barca, en pintura hasta los discípulos de Velázquez, Goya ya es un fenómeno completamente extemporáneo, pero en filosofía y en música se acaba con Francisco Suárez y con De Victoria, respectivamente. Y entonces hay que dar, como siempre ocurre en este país traumático, un salto mortal hasta los nacionalismos, con Pedrell como maestro de Manuel de Falla, Enrique Granados e Isaac Albéniz. Y, para dar un mensaje esperanzado, diré que actualmente hay una muy buena generación joven de compositores que rondan los 70 años. Porque, además, el reconocimiento es muy tardío, y en España todavía más. Mire, tengo una tesis personal de este país. Sale de una Guerra Civil que divide a la sociedad, y ésta es una herida que todavía tenemos. Y se da un pacto tácito de todos en una sola cosa: salir del hambre. Pero no ha habido ese mismo pacto en la educación y la cultura. Ahora, España es un país enriquecido, pero los niveles culturales son muy bajos. Y la música, que no tiene tradición, se resiente.



Lourdes Morgades

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