Pitágoras creía que los planetas danzaban y emitían música
que los seres humanos no podíamos oír.
Desarrolló un método de afinación que se utilizó hasta en la
edad media. ¿Cómo lo hizo? Valiéndose de un monocordio, dividió una cuerda en
dos, tres, cuatro partes y comparó el sonido producido por las partes y la
totalidad.
El sistema parte del axioma que obliga a cualquier intervalo
a expresarse como una combinación de un número mayor o menor de quintas
perfectas.
Partiendo de una nota base se obtienen las demás de una
escala diatónica mayor, encadenando hasta seis quintas consecutivas por encima
y una por debajo, lo que da lugar a las siete notas de la escala.
Cuando se continúa el enlace de quintas hasta encontrar las
doce notas de la escala cromática, la quinta número doce llega a una nota que
no es igual a la nota que se tomó como base en un principio.
Al reducir las doce quintas en siete octavas, el intervalo
que se obtiene es una pequeña fracción del tono llamada coma. No se trata de un
error ya que si se intenta afinar las doce notas de la escala cromática,
mediante el encadenamiento de quintas perfectas, la quinta es incompatible con
la octava.
Una forma de resolver esta diferencia es dejar la última
quinta con el valor residual que le corresponda después de encadenar las otras
once. Se la llamó La Quinta del Lobo. ¿Y esto a qué viene?
A que NO existe la afinación perfecta ni en la música ni en
la vida.
En la construcción de sus obras, el ser humano ha buscado el
acabado perfecto, una secuencia de estándares que satisfaga sus exigencias.
Todos estos resultados son siempre relativos porque no existe tal perfección.
La Quinta del Lobo es el punto de insatisfacción que tienen
todas las cosas en este mundo. Disfrutar el proceso, aceptar los límites y
asumir los desvíos es la diferencia entre una afinación posible y otra
frustrante.
Claudio Penso